De frente al espejo, decides no mirar tu desnudo reflejo y giras breve y precisa tu mirada y ese perfil contorneado por auras coloridas hace juego con tu hombro derecho, sobre el cual intentas ver tus bellas nalgas, que resistiéndose a la gravedad cuelgan frágiles en la penumbra que conduce al éxtasis, y así, en los accidentes de tu geografía descubres tersas y sinuosas formas de hembra en celo.
Atas tu cabello (repentina tormenta sobre la almohada) con flores en listón, tiñes tus labios carmesí, regresas la mirada al cristal pulimentado y el reflejo te sonroja pues las telas ornamentadas y las guirnaldas de corona cual Diosa Griega te van bien.
J. R. Díaz
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